21.7.11

Resignación.

Hasta hace poco podíamos utilizar las oficinas para almorzar, así que compartíamos este espacio con  una cantidad de gente que no conozco, que se ríen de cosas que no entiendo y gritan chistes privados porque esa es su manera de socializar y sentirse bien. En su mayoría mujeres. Otro matriarcado. Otro. Nada de malo en eso. Generalmente se juntaban creando grupos para seguirse contando esas cosas que la gente vive cuando no está trabajando, esa vida a la que le sacan provecho durante unas cuantas horas por la noche para poder llegar a contar aquí: la novela, el reality, el tipo del bus que apestaba, el trancón cansón qué hay en toda Bogotá, cómo llueve, ¿no?, ese frío por la noche, qué con Juanma salimos, qué con Jose (nunca José) hablamos, qué ese idiota de Marcelo o Miguel o Manuel, uno de esos, no hace sino pelear y que así no se puede, no podemos seguir así, todas esas conversaciones que eran el aderezo de los almuerzos que lucían y lucen todavía incoloros, manchas apenas de blanco con amarillo o un rojo pálido que humea en recipientes todos plásticos lo cuales ya no se pueden tener aquí, en la comodidad del claustro porque al doctor Gerente una vez le dio por pasearse por las instalaciones y el olor a comida le llegó y esto no es un restaurante, esto no es una plaza, es una e n t i d a d, aquí se le da brinda atención al usuario, si no se ha muerto, y que así no se puede. Palabras más o menos textuales, todas dichas en todas las oficinas con un genio el hijueputa, con el carácter que lo define porque él habla suave todo para disimular que cualquier cosa le saca la piedra y que nadie más manda aquí, entonces se hace lo que él dice y no se puede protestar.

Desde las doce en punto hasta las dos de la tarde los pasillos se llenan de gente que se pregunta hoy en qué condiciones va a almorzar, muchos pueden escapar pero no todos lo hacen, la gran mayoría nos quedamos casi toda la semana a almorzar aquí. Ahora las conversaciones típicas no giran en torno a qué se hizo el día anterior sino en dónde ubicarse, con quién. Muchos tienen observaciones jocosas y subidas de tono con esto,  la risa como remedio infalible pero lejos de ser alguna solución. La cocina es pequeña, apenas cabe la cantidad de gente necesaria para usar los microondas y no se puede quedar uno allí más de diez minutos. Luego el desfile, la gente que busca su lugar en las zonas verdes, otros que caminan tanto que terminan sentándose en cualquier lado para no dejarse del hambre. En últimas todos derrotados siguiendo instrucciones, unas cien almas encartadas con la orden de una sola persona en la más asquerosa forma de subordinación. Pero no hay síntomas de inconformidad, la indiferencia se instala en todos y es como si el problema no viniera de una persona cualquiera sino que tiene la importancia de un mandato divino.

Las distintas carteleras marcan horarios y festividades, indicaciones que se deben cumplir a la letra, nadie piensa siquiera en lo lógico que sería  habilitar ese gran salón desocupado en el primer piso, llenarlo con sillas y esos escritorios que se pudren a la luz del sol cerca al área de archivo. La órden fue no almorzar en las oficinas, pero muchos la toman como una invitación a no pensar, a simplemente divagar como alma en pena con comida enfriándose en las manos.

A alguien se le ocurrió almorzar en su carro, prefiere llevar el aroma ese prohibido de paseo todo el día y muchos otros siguieron el ejemplo. Ahora son comedores con ruedas, incómodos, donde no se pueden ver rostros pero se está a salvo de la lluvia, la llovizna que amenaza pero al final de cuentas no cae porque seguro a alguien allá arriba le da pesar. O espera al momento adecuado, quién sabe.

Mientras todos van asumiendo esto como un asunto cotidiano y sin remedio, un problema más que pone a prueba nuestra infinita paciencia yo sigo pensando en nuestra increíble capacidad para el conformismo mientras sigo a alguien que no sé como se llama por las instalaciones de la oficina y espero que no se siente nunca porque esa no es vida para un culo tan hermoso.

8 comentarios:

Alejandro Serrano Durán® dijo...

Esa es la vida mi buen amigo, además que en los almuerzos también se notan las castas y las clases sociales que abundan al interior de las empresas, porque a pesar de que todas las cocas son de plástico, unas son más finas que las otras y a unas les caben más tajadas que a las otras.

Yo por mi parte, sigo almorzando frente al computador mientras veo un divertido episodio de la interminable One Pice.

Norman dijo...

Claro, yo las estaba nivelando por lo bajo: todos los muertos son iguales y todos los que traen almuerzo lo hacen en cocas de plástico, así, sin pendejadas.

noalsilencio dijo...

Unos amigos, británicos ellos, estaban haciendo un estudio de mercado para evaluar si montaban un negocio de 'sánduches'. Dejaré de lado las extrañas razones por las cuales alguien asume que ese tipo de análisis son necesarios para tener éxito en esa empresa -cuestión harto curiosa, cómo no- para concentrarme en algo que ellos calcularon mal. Ellos decían que la idea era que la gente almorzara los emparedados frente a sus computadores, pues "nadie tiene tiempo estos días". Lo que parecía una torpeza, me vengo a dar cuenta leyendo este post, es de una sabiduría infinita. Abundan las historias de gente incómoda con el almuerzo en la oficina. Son el espacio en el que uno se da cuenta de lo extraño que es el vecino y de que uno no quiere ser como él, pese a que come en una coca del mismo plástico. O, por el contrario, son el tiempo propicio para sentir el dedo acusador de esa solidaridad que se nivela por lo bajo, que no entiende cómo alguien prefiere comer solo que acompañado así.

Genios los británicos, con razón inventaron el rock n'roll.

Anónimo dijo...

En donde trabajo es igual, antes de que se popularizara "el cartel de la coca" allá no había problema. Lo prohibieron por el olor, y ahora les toca buscar en donde, hacerlo a escondidas, etc.

ES HUMILLANTE!

Desde entonces dejé de llevar almuerzo a la oficina, almuerzo en mi casa. Solo, sin conversación, sin socialización, pero con dignidad.

Pienso igual, habilitar un espacio para que los empleados almuercen es darles un poquito de calidad de vida y ayuda en el clima laboral.

Anónimo dijo...

Es completamente cierto. Sabias palabras, en estos días en los que todos preferimos de alguna u otra forma traer el almuerzo bien sea para ahorrarnos algunos pesos, que no pasa en mi caso porque siempre gasto más, o bien sea para comer algo sano, la idea de almorzar o al menos tratar de hacerlo en la oficina es una utopía si se tiene en cuenta:

-los que 5 para las doce ya están con todos los puestos apartados.

-Solo hay un horno para calentar.

-Generalmente hay alguien que lleva algún tipo de carne que no sé de dónde sale del animal que sea pero huele muy feo y hace que mi alimento quede con el mismo olor.

Por esto uno almuerza por fuera y no cocina.

En cuanto a lo que dice Noalsilencio, esperemos que a nuestros amigos "gringos" los sáunduches les funcionen...

Galactus dijo...

Recuerdo que donde trabajaba hace un par de anios, una vez uno de los tecnicos de la fabrica fue a trabajar en bermudas, o algo asi. La gerencia saco un comunicado diciendo que ese tipo de indumentarias no erar aceptable. El sindicato saco un comunicado diciendo que no todos eran gerentes con carro climatizado y que estaba haciendo mucho calor. Al final como que no se volvio a decir nada.

Susana dijo...

Qué indignaciòn, cómo les dicen que no pueden comer en el escritorio sin darles espacio suficiente para que todos coman de una forma digna.
En Bancolombia había 2 comedores: uno pa los de coca y otro pa los que compraban la comida en restaurante. Eso le parecía feo y discriminatorio a mucha gente y creo que tenìan razón, aunque a mì no me importaba mucho. A veces llevaba coca y a veces compraba, sobre todo los días en que no había mercado en mi casa o me había dado mucho sueño comprar coca.
Al principio no dejaban que los de lado y lado se juntaran, hasta que fueron entendiendo que la gente a veces compra, pero quiere almorzar con los que lleva coca o al revés. Terminaron vendiendo comida en samovares en el lado de las cocas.
En la oficina donde trabajo ahora no hay microondas, hay un fogòn de una sola parrilla y hay cosas que es complicado calentar. Con las otras dos abogadas junior me turno preparar el almuerzo para las tres, hacemos cosas fáciles y rápidas como pasta, hamburguesas, sopa mexicana, creps precocidos, etc. y comemos juntas en el comedor de la sala de reuniones. A veces alguno de los socios se antoja y se queda almorzando lo que trajimos y otros días nos invitan a almorzar por fuera. Los viernes nos vamos todos juntos a una pesquerìa que hay por aquí cerquita y es muy barata a comer ceviche o cazuela de mariscos.

TOPX dijo...

Ah sí, qué bien, me hizo acordar cuando comparé: El trabajo que me llevaba preparar y empacar el almuerzo, sufrir la fila para el microondas, tolerar las conversaciones superficiales de mis "como-yo", excretar profusas mucosidades para dejar de sentir los hedores de la comida de los demás, competir a codazos y rodillazos por un puesto en la cafetería, Con: Caminar unas cuadras a mi paso, cambiar de ambiente, decidir entre varias combinaciones de entradas/platos fuertes/bebidas/postres, gastar muy poco unos días y darme lujos otros, evitar acostumbrarme al precario casting de la oficina,y decidí almorzar afuera, siempre. Tal vez "pensé de más", pero al final he logrado sentirme libre, digno y cultivado; sensación recomendada. *suspiro*
ah, y pues otra opción que tenía era abrir una sesión desde acá al computador en mi casa, pero se me olvió prenderlo antes de salir (:')