6.4.11

El hueco.

Me llama la jefe. Está sentada con W., quieren hablar seriamente conmigo. W. se tapa la boca y la nariz con la mano derecha, la mano izquierda cruzada de tal forma que el codo derecho se pueda apoyar ahí. Viene la sentencia con muy pocos detalles: W. se va para otra área y yo soy quién debo reemplazarlo. El problema es que W. hace de todo acá. El comunicado es escueto. Me piden compromiso al ciento por ciento. Mientras esperan mi respuesta visualizo los fines de semana de W., sus noches y demás todas pegadas al computador que está justo en frente mío. Compromiso: madrugar, tener las cosas a tiempo. Compromiso: entregar informes y reportes que suelen surgir de la nada. Compromiso: disponibilidad de todo el día y fines de semana. Las aventuras de W. se me cuelan por ahí, de cómo vino un domingo borracho a trabajar porque le tocaba. Sin duda es un cargo importante pero pienso en como esquivarlo sin mayor esperanza porque el hecho de que me llamaran significaba que yo ya podía decir que no. Claro, cualquier cosa que yo diga puede ser usada en mi contra. Trato de leer en sus miradas algo, pero encuentro no menos que aceptar, sí o sí, a ese cargo importante. No puedo negarme: es un trabajo bien pago. Bueno, el mío, no el que me ofrecen, de ese nuevo no me dicen nada, y yo no puedo quedarme pajareando con tanta deuda que tengo con tanta entidad afilando las garras guardando promesas que firmé hace un tiempo.

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W. es un buen tipo. Es gracioso, inteligente. De todo el tiempo que lo he visto acá en la oficina una sola vez lo vi emputarse por algo laboral. Aún así hizo gala de su decencia. Yo, la verdad, no me veo ocupando su espacio. Mi paciencia tan limitada, tan huraño. A lo mejor todos esperan que haga exáctamente lo que él hace como él lo hace. Vengo a ser el rebound guy del área, a llenar un hueco emocional que les va a dejar quién se va a una oficina más al fondo del pasillo. Mientras daba la noticia de su salida algunas mujeres reaccionaron con tristeza, atorándose todas como si tuvieran hipo. No podían hablar, no podían creer que W. se iba y tan bien que se llevaban, tan el alma de la fiesta, tan chévere la música que ponía, su disposición a todo. Luego anuncia su reemplazo. Un silencio incómodo es la dura bienvenida. Entramos perdiendo.

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El pastuso me enseña como hacer las mil doscientas treinta y cinco cosas que hace al día. Vamos en la trescientas dos. Anoto todo en mi agenda como si de verdad fuera nuevo en todo esto, en todo lo que hace, desconociendo cada uno de esas cosas, pero no es así, solo que no quiero confundirme. Ahora debo hacer mis cosas, que las tengo ya friamente calculadas, y las de él. Se va porque lo operan. Dura un mes incapacitado. Yo no quiero que el pastuso se muera, no quiero hacer todo el trabajo que tiene junto con el mío y con lo que tengo que recibir, ahora, de W. Luego de llenarme el escritorio de papeles el pastuso se despide, le digo que tiene que levantarse rápido y que piense en la hija para que se recupere pero no soy sincero, solo quiero que vuelva pronto y por eso uso cualquier razón. Que él no sepa que para mi cualquier razón sea la imagen de su hija. Me mata.

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La jefe recibe mal la despedida del pastuso. Tiene los ojos completamente mojados, trata de mirar a un lado para que se sequen y no mostrarse débil. Me le siento al lado, quiero hablar con ella, decirle que no es tan grave. Me dice que no es eso, me dice que es imposible para ella trabajar en estas condiciones, que no puede más con todo esto y se pone a llorar. Unos cuantos compañeros la ven pero no hacen nada, con audífonos disimulan su preocupación y no encuentro que decirle. "No es para tanto" es la primera idiotez que me sale, ella me mira al tiempo que le caen las lágrimas "no puedo más, no puedo más: trato de tapar un hueco creando otro", dice. Son las mismas palabras que escuché de alguien hace unos meses, las mismas palabras mías cuando me levanto cada mañana pensando en cómo arreglar tanto desorden. Todos viviendo en trincheras que no son lo suficientemente hondas, todos huyendo cavando para abajo.