12.4.17

Everyday Robots.


 Juan Manuel, mi sobrino, tiene casi todos los dientes, unas orejas grandes, unos ojos expresivos y una sonrisa de maldad pura cuando sabe que no debe hacer algo, y sin embargo lo termina haciendo. Juan Manuel tiene casi dos años. De entre todo su vocabulario de bebé ya dice clarito Papá, Tete, Tim, Mamá, No. Lo más que dice es No, pero se entiende: cuando riega el agua del perro le decimos No, cuando bota cosas en la escalera le decimos No, cuando echa algo al inodoro le decimos No, cuando escupe la comida le decimos No, cuando se trepa en los muebles de la sala para romper las bomboneras le decimos No, cuando le pega a Tim con sus juguetes le decimos No, cuando se baña en sopa le decimos No. Hay algo natural en la manera en que dice No y sonríe justo antes de una travesura, anticipando el regaño. A lo mejor piensa que esa es la palabra que permite el delito que va a cometer: toda acción mala va acompañada de un No, entonces él mismo se da la autorización para portarse mal. Escribí "toda acción mala", y él no podría responder, pero yo sé que no piensa que sea malo, solo que es divertido. Es divertido y No se debe hacer. Tim le juega, a veces, y otras lo muerde. Hay una manera extraña en que suenan las palabras en su boca. Un avua gutural reemplaza al agua que decimos nosotros. Necesitamos que aprenda a comunicarse, a decir qué quiere, o necesita, pero somos conscientes de que eso viene con tiempo y tal vez no queremos hacer ese sacrificio: que siga siendo un bebé para no volvernos más viejos. Trato de ubicar en mi cabeza las primeras palabras de Nicolás, o de Juan David, mis otros sobrinos. La voz que tenían. Una vez pudieron articular frases, en lugar de palabras, su tono cambió. Maduró un poco. No era una imitación de alguien tratando de nombrar las cosas, o de identificarlas, sino de comunicar o expresar algo. Una forma definida de conciencia. Otra manera, aparte de decir No para realizar algo que lleve a un regaño. Una forma un poco más compleja de lo mismo. Cuando aprendió a caminar, para mitigar el daño en toda la casa, nos encerrábamos con él en la habitación, o en cualquier lado, y se limitaba al espacio reducido. Exploraba los rincones, botaba los juguetes, desarmaba las cajas de cartón en las que guardaba cosas, las sacabas, las volvía a dejar. Ahora no es así. Ahora, al cerrar la puerta, la golpea, estira la mano sin alcanzar a tocar el pomo, y comienza a gritar en vocales alargadas llamando al mundo que se extiende detrás de ese obstáculo. Ya sabe que detrás de toda puerta cerrada hay algo más. Ya sabe que casi todo lo que se hace en la cocina implica el uso del avua . Ya sabe que el del espejo es él mismo. Ya sabe cuál es su papá. Ya sabe que cuando se acerca a Tim con esa sonrisa malévola y algo en la mano, este le ladra. Cuando le va a pegar al perro ya no dice No, dice Guauguau. Igual le termina pegando.


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 Jennifer hace todo lo posible para que no la quiera más. Primero, muestra la fragilidad que compartimos todos, esa pequeña neurosis controlada al encontrarse una cana. Se emociona porque todavía no cree que a los 34 años le puedan salir a uno canas. Yo le diría, si pudiera, que tengo desde los 29, y que uno se acostumbra. O que se resigna: no son las canas el problema, es uno mismo. Ella se ríe por lo absurdo que resulta tener que arrancarla de raíz (algo que debería tener un nombre, porque generalmente a las primeras veces de las cosas les llamamos de alguna manera), pero luego sigue en lo suyo. A veces a la gente le da por mostrar esos defectos tan bonitos que los hacen un poco más afines a uno mismo. Son momentos en los que dejan de lado cierta reserva, porque se muestran un poco como son. Ahora hay un miedo infundado a dejar ver que uno es algo diferente a lo que ven los demás, o a lo que se pretende proyectar. Uno como el producto, el rockstar, no como una persona. Como en ese libro, en el que un tipo se desesperó porque se dio cuenta que para cada uno de sus conocidos era alguien distinto, alguien que no era él. Todo lo que mostramos debe tener una tendencia hacia lo bueno, o por lo menos una justificación para nuestros actos. Se preocupa uno más en lo que pueden pensar los demás, que en vivir un poco la vida. Hace un mes, justamente, vi a Natalia Jerez caminar por la calle, riendo por teléfono. Me costó reconocerla porque iba en uno de esos pantalones que son como de pijama, una chaqueta acolchada, roja, y el cabello recogido. Tenía unos audífonos blancos, y le brillaban los ojos. Solo cuando estuvo a un metro la pude reconocer, porque no parecía a lo que se acostumbra uno a ver en televisión, en las revistas. Dice ella que si no saluda en la calle es porque no lleva gafas, pero también puede ser porque no lo conozca a uno. Dice eso y que las gafas no son permanentes. La lucha por pretender que todo está bien, que no pasa nada, que todo se corrige. Que uno no envejece. Me costó reconocerla porque encima de su cara afilada, con esa nariz grande y los ojos felices, en medio de los audífonos, la sonrisa y el pelo amarrado, tenía pecas. No sé por qué no las muestra más seguido, si son tan bonitas. Jennifer le lleva poco más de un año a Natalia, pero se ve mucho mayor. No tiene que ver con las canas, ni con el estilo de vida. Tal vez es la forma de su cuerpo, o su cara. Que no sea tan flaca. Pero volvemos a lo mismo: Jennifer hace todo lo posible para que no la quiera: se arranca la primera cana que se encuentra minutos antes de salir en el programa del Dr. Oz. Y, luego, para colmo, sube a Instagram fotos con él. Sonriente. Feliz.


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 Dice Damon Albarn que, en Humanz, Gorillaz habla de una transición, de cambiar hacia algo diferente. En la manera de comunicarnos, de hacer las cosas, de vivir la vida. De tratar de aceptar un mundo cambiante, más por nuestra propia mano: decisiones y omisiones. Habla, también, de esa relación que tienen las personas entre sí en estos tiempos. ¿Tiempos difíciles? Si hay tiempos difíciles debe haber una manera de huir de ellos, o tratar de olvidarlos por un momento. Tal vez fue por eso que escogió revelar en varias emisoras los diferentes sencillos. Unos con entrevistas. Él hablando de las cosas, de tratar de identificar lo que pasa en la vida para traducirlo en una canción, en un álbum. El primer sencillo que se emitió en BBC1 fue Andromeda, al que le siguió Saturnz Barz. Luego, En Radio X sonó We've Got The Power y, por último, en Beats 1, Ascension. Traté de pegarme a la transmisión de todas las emisoras, hasta con una hora de previsión. 7:30 pm de Londres es en Bogotá las 2:30 pm. Nos separan 5 horas. 6 Años desde un último disco de Gorillaz. 16 desde la última vez que me prendí a la radio para escuchar algo nuevo, o con la expectativa de dejarme sorprender y no simplemente cambiando la estación para no aburrirme. Sí, tal vez fue por eso, recurrir a la novedad de las cosas que ya no se usan: lanzar las canciones mientras habla con el DJ de turno. No tendría mucho sentido que el álbum se llamara Humanz y que se presentara todo de una manera impersonal. Vaya a este sitio. Descargue la canción. Compre el disco. No. Se necesitaba de alguien que nos presentara ese trabajo. Alguien que en su momento negó ser uno de los autores intelectuales del grupo que surgía como respuesta a la excesiva oferta por bandas prefabricadas que cumplieran un cometido específico. Alguien que presta su voz a 2D para que cante, aunque a veces se disfraza de él mismo. Alguien que renunció a dejarse representar por una animación en los conciertos. Alguien que requiere de esa interacción con el público. Alguien que dijo ya no más, rechacen a los ídolos falsos, y ayudó a inventar a un grupo que no existe, solo por el hecho de llevar la contraria haciendo lo que todos hacían, llevando al extremo la premisa para dejarla en ridículo. Dieciséis años después, en una estación de radio al otro lado del mundo, me uní al ejercito de personas que dejaban escapar algo de emoción por lo que habría de pasar. El 23 de marzo fui un poco feliz, pero luego se me quitó. El 23 de marzo cumplió años Damon Albarn y ese fue su regalo al mundo, es decir, todo al revés. El 23 de marzo cumplió la mayoría de edad Nicolás, mi primer sobrino. Parece que no percibimos el paso del tiempo sino cuando lo vemos reflejado en alguien más.  Recuerdo cuando lo sostuve en mis brazos por primera vez. No recuerdo cuál fue la última. Generalmente esas cosas son así.


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  Luego de dar la explicación larga de por qué está trasnochando, de por qué suena tan cansada, de contarme cómo sigue mi tío luego del infarto, mi prima hace una pausa que más que nada para tomar aire. Supongo que también es una señal para que yo diga algo. Por lo general no me gusta hablar mucho. Nunca sé qué decir. La llamada se llena de un vacío que se siente en la respiración de ella, algo regular. Imagino su cara, sus ojos. La idea de tener que seguir afrontando todo lo cotidiano y añadirle entonces esto, que se ve tan lejano. Tener que recordar de esta manera lo endebles que somos, y de paso mostrarlo a los demás. Sumarle el tener que lidiar con otros en estos momentos, pretender esa normalidad en un caso excepcional: trasnochar para el Toefl, otra vez, a ver si por fin se puede aprobar, con todo lo que pasa encima: la familia se va reduciendo tan drásticamente y, ahora, con el papá enfermo, parece seguir esa tendencia. No importa quién se vaya, porque todo lo que nos sucede va a seguir queramos o no. El drama de los que nos quedamos. Me lleno de protocolos. Surgen automáticamente palabras con buenos deseos. Su respiración cambia. Algo debí tocar porque comparto el vacío en la voz que tiene ella. Suelto un sincero "ánimo" al final y ella se descompone un poco, el sollozo que se se vuelve suspiro tras una lucha interna por mantener la compostura. Algo debe tener la palabra. Me la dijeron el martes pasado, justo cuando estaba saliendo de la oficina. No sé a dónde va a parar: se le enreda a uno por dentro, haciendo estragos. La respiración se pone pesada, la misma cantidad de aire entrando en el cuerpo pero teniendo menos espacio para llenar. Realmente no es así. Uno sigue del mismo tamaño, aunque el cuerpo, más que nada el pecho, se siente más pequeño. La respiración pesada y el nudo en la garganta. Dicen que el nudo se activa en caso de emergencia para optimizar recursos en caso de necesitar huir. El cuerpo oprime el esófago para dar más paso de oxígeno, repartiéndolo en la sangre, llevándolo a los músculos. Huir o pelear. Lo extraño del caso es que el nudo no lo deja moverse a uno. Tal vez en otros animales sirva. O tal vez el tipo de daño merece otra respuesta, y el cuerpo solamente se atreve a hacer lo que antes era efectivo, porque no sabe cómo contrarrestar esa sensación. Somos animales complicados: el nudo paraliza por la tristeza, pero aumenta la reacción ante el peligro. ¿Cómo es la respiración en la felicidad? Tal vez nos negamos ante la respuesta obvia y sí necesitamos huir, dejar todo atrás. Sentí calor cuando volví a usar esa palabra con Juliana. Vi cómo se le humedecieron los ojos. Se quedó inmóvil. A lo mejor necesita huir de eso. Huir de lo que nos hace tristes. Pero no podemos. Por eso nos quedamos quietos, por eso nos ahogamos.


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 Triste y gris. El trabajo en la oficina es triste y gris. Eso me dijeron. Mi vida triste y gris: los viernes, por la tarde, a eso de las tres, ya no funciona nada en este lugar. En particular un computador, que no quiere sonar. Es el único computador que necesita reproducir un audio para sustentar un recurso. No es urgente, pero hay que repararlo. Un viernes a las tres de la tarde. Los otros computadores tienen música casi a todo volumen, lo que no me importa porque uso audífonos con un nivel que oculta todo lo que tienen por ahí. Vallenato, carrilera, salsa, regaetón. Es viernes, tres de la tarde. Triste y gris. No me molesta que me necesiten para algo tan sencillo como verificar por qué un computador no tiene sonido. Casi todos los soportes de este tipo se pueden hacer de la misma manera, pero nadie quiere someterse a realizar algo que no le corresponde. Abrir un navegador en el computador. Digitar el nombre del fabricante en el buscador. Tres clicks después llega uno a su destino, sin moverse, y procede a descargar un archivo para actualizar lo necesario. Frente a mí, en uno de los monitores, hay una ventana de Youtube con música aleatoria, solamente para comprobar el daño. Los vídeos se reproducen, sin sonido. Son solamente imágenes en movimiento. No hay apuro. El internet es lento, más con todos los computadores poniendo música a todo volumen. El volumen no afecta la velocidad de descarga, pero sí agrava un poco el ambiente. Triste y gris. Siempre que suena una canción mis compañeros abren la boca de manera automática y repiten la letra perfectamente. No importa la canción. No importa el desorden. No importa que suenen varias al tiempo. Continúan en sus labores, que nada tienen que ver con el trabajo, abriendo y cerrando la boca al ritmo del cantante, masticando algo mil veces masticado. En la ventana de Youtube se ve un vídeo de Fonseca, el cantante colombiano. Él también abre la boca, también sin emoción, diciendo algo que el daño del computador se atreve a ocultar. Ya son bastantes las canciones que han pasado en la ventana. Las escenas cambian pero por lo general sale siempre con una guitarra, aunque se cambie de ropa. Siguen pasando los vídeos, pero la fórmula es idéntica. Sigue con la guitarra, en diferentes lugares. Una playa. Un castillo. Un bosque. El mar. Supongo que los vídeos tratan de contar historias, pero visualmente son iguales. Debe ser por el género. No sé cuál es, pero por la ambientación es tropical. Vallenato sin serlo. Fonseca trata de bailar. A veces lo acompaña su grupo. A veces mueve los hombros. A veces cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás, frunciendo el ceño, tal vez evocando algo pero fingiendo todo. Para las canciones los días en la ciudad son grises, en la playa son azules. Las noches todas son amarillas. Fonseca a veces es feliz cantando, y otras veces parece estar resfriado. Sé que trata de transmitir un sentimiento, pero no logro captar cuál es. Cuando vuelve a funcionar el computador se puede escuchar a Fonseca por encima de todo el ruido. Mis compañeros interrumpen sus cantos para acompañarlo, e imitando sus gestos sin verlo, tal vez sin proponérselo. Fonseca es un robot. También mis compañeros. Casi todos lo son.