28.10.13

Duelos.


 El jueves pasado Oscar dijo que se había cumplido ya un mes, treinta días, sin su sobrino. El día que nos dio la noticia simplemente llegó con las piernas arrastrando desde el pasillo, y desde quién sabe dónde, como un dinosaurio enfermo, y luego se tomó una pausa para decir "muchachos, mi sobrino se suicidó". Hace un mes lo vi tan mal como se puede ver a alguien más, fui testigo de su derrumbe diario y recurrente del que aun hoy todavía es víctima.

 Su sobrino tenía dieciocho años, estaba estudiando medicina. Vivía con su abuela, era el hermano menor de otro que también murió en un accidente hace un par de años. Era su sobrino favorito, lo trataba como a un hijo con las ventajas que no dan la descendencia directa: eran amigos, pese a ser de distintas épocas. Lo encontraron colgado en su habitación, luego de ignorar su paradero durante bastante tiempo.

 Oscar a menudo hace chistes de doble sentido, pero en otras ocasiones prefiere tomar el ascensor para subir o bajar un piso porque, tal cómo lo expresó alguna vez, siente que no tiene fuerzas. Otras veces simplemente toma una silla y habla con nosotros esperando a que su esposa llegue, para no estar solo. Generalmente es muy abierto con lo que siente, y en varias ocasiones sin que lo haya pedido hemos estado acompañándolo a lo cual, siempre, nos agradece. Espera que lo escuchemos y que lo entendamos. Que, en medio de su tristeza, rabia, y las cosas que siente cada que ve una foto de él, pueda poner en palabras todo lo que lo gobierna por dentro, tal vez para sentir algún tipo de calma al revestir lo que siente con el lenguaje que usa para comunicarse. Que, hablando para los demás, pueda consolarse él mismo.

 A veces, cuando se concentra para seguir haciendo sus cosas, su trabajo de todos los días, abre la boca para soltar un "cómo nos pudo hacer esto" que irremediablemente trae siempre un largo silencio. No hubo nota, ni otra pista que dejara en evidencia la causa de sus males. Lo único que lograron establecer, días después del funeral, es que la noche anterior había peleado con su novia. Oscar prefiere no profundizar más: el dolor sigue fresco, sin importar realmente los motivos que llevaron a tal cosa. Lo único que queda, ahora, es esa consecuencia.

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 Juan David pregunta por Enzo, todavía. Piensa que está hospitalizado, que está enfermo. Saluda a Tim y le dice que no se va a quedar solo. Nicolás, por su parte, sabe lo que puede generar una ausencia tan larga y consiente al perro que queda, ya sin decirle bobo, como siempre, para jugarle y que no sienta tan marcada la soledad que lo embarga.

  Mi mamá habla de Enzo por lo menos tres veces al día. Nombra las rutinas en las que era excelente para no sentir esa ausencia. Le da un poco de pena dar los detalles de esa noche, así que resume siempre la historia diciendo que estaba muy enfermo, que ya le iba a llegar. En la semanas previas estuvo con él en los exámenes, las ecografías y las citas en el veterinario con una puntualidad que no le conocí nunca. Pese a que para ella, como buena cabeza de familia, las cuentas y el dinero son siempre tema fundamental, no se ha quejado de lo que gastó en todos los trámites. A veces coge a Tim para peinarlo y recientemente para despulgarlo. Al parecer a los animales la tristeza se les materializa en pulgas. Ya le han encontrado ocho.

 Tim a veces no come. Tiene, en el hocico, el pelo con el color oxidado que se da siempre con el llanto frecuente. Se mete debajo de las camas, sabiendo que en ese lugar se escondía durante horas Enzo al no poder saltar para subirse a cualquier superficie. Comparte esa limitación del movimiento en lo que podría llamarse un acto de fe, como si con la repetición de esos rituales fuera posible el volverlo a encontrar. A veces vaga por la casa, y duerme en cualquier lugar, lejos de todos. Luego de un año en el que siempre le hizo compañía a quien lo acompañó sin dudarlo, estar solo es algo desconocido, que lo lleva siempre a la deriva. Por más que todos lo buscamos para tratar de consolarlo, resulta huyendo, perdiéndose en su nueva realidad.

 A veces, cuando sale a la calle con alguno de nosotros, corre siempre a la esquina, pero se detiene y vuelve a mirar si alguien más sale por la puerta. Espera un momento, y luego se echa a andar.

21.10.13

Enzo.

"Es problemático, distraído, torpe y mechudo. Básicamente lo mismo que yo si fuera un perro."


 A Enzo le faltaban varios dientes. Era de mal genio. Corría mucho, se volvió amargado de una forma amable, la que consiste en mantener a raya a los de la familia, pero lo suficientemente cerca como para que nadie lo note. Acá anda uno con el mal este de los sobrevivientes: hablando de los demás en pasado. Mis hermanos dicen que es algo que tenía que suceder, que es la manera en que funciona la vida.

 Un día después de que Katy muriera, un lunes, Enzo la buscó con algo de comida en la boca. Un tipo de ofrenda, algo qué darle a alguien que de una manera u otra sabía que estaba ausente. Hoy, lunes también, Tim busca en los lugares comunes restos de algo que sabe que hace falta. Busca con su nariz, pero también se fija en los distintos muebles, colchones, y prendas que tenía Enzo regadas por toda la casa, trofeos que fue adquiriendo con el paso del tiempo. Ropa vieja de la familia que le servía para ahuyentar el frío. Tim, tal vez, es menos astuto: busca en el olor a alguien sin volverlo a encontrar. Enzo, por su parte, mantenía en objetos cosas para encontrar a sus dueños. O, simplemente, para sabernos cerca. Sentirnos cerca. Tim todavía no entiende. Se quedó en la mitad de su entrenamiento. Sabe que el timbre de la puerta significa la llegada de alguien al hogar, pero ignora los demás ruidos de la calle. El motor de los carros, el pito de alguno de ellos. Enzo, sin dificultad, diferenciaba de entre todos los vehículos afuera los que son de acá, de esta casa. Tim todavía no entiende. Está muy pequeño para eso.
  No sé bien qué puede tener una mascota para poder decir que es buena. Un buen perro. Enzo definitivamente no sabía ningún truco, era desordenado, pero estuvo ahí constantemente. Era parte de la familia, otra de las familias que han vivido en mi casa. Era mi perro y eso me basta. Me mordió, me orinó la cama alguna vez, me robó la comida del plato una sola vez, para luego sentarse con nosotros a comer sabiendo que luego llegaría su turno. Pero nada de eso importa: me acompañaba siempre. A su manera nos protegía.

 Hace unas semanas se puso muy mal. Sobrevivió a un infarto, pero quedó bastante grave. No podía caminar. Se hinchó. Lloraba mucho. Tim, el que le buscó el juego sabiendo que jamás le correspondería, lo acompañaba en su marcha lenta y dolorosa. Lo miraba, lo mimaba. Tim lo cuidó, también, a su manera. Nosotros también lo hicimos. Durante muchos años. Doce. Muchas peleas con perros en la calle, con infecciones, con enfermedades. Con un infarto y su deficiencia cardiaca. Hoy ya no podía ni levantar la cabeza, creo que solamente nos escuchaba sin vernos. Tomamos una decisión que tal vez no nos correspondía. Nos despedimos de él agradeciendo lo que nos dio. Estuve a su lado mientras le daban la dosis que lo iba a dormir para siempre. Estuve con él consintiéndolo hasta que dejó de respirar, hasta que dejó de ser todo lo que era. Hasta que se fue.

 Desde hoy, Enzo, en esta casa, es un nombre que hará resonar las paredes sin ninguna respuesta. Sin uñas rayando el piso, sin ladridos, sin su cola que siempre nos saludaba. Desde hoy Enzo descansa luego de haber vivido mucho, haber vivido bien, haber sido un buen perro. Él también vivió lo suficiente como para ver dos generaciones formarse bajo el mismo techo, una característica que fue siempre de los de mis apellidos: morir de viejos. Enzo supo hacerse un lugar en esta familia.

 Mi casa. La casa donde vivo no es mía, pero llevo viviendo en ella toda mi vida. La casa es nuestra desde hace un poco de tiempo más, unos cincuenta años. Cuatro generaciones (contando a los sobrinos, que siempre van a ser muy pequeños para tenerlos en cuenta) han vivido acá. Mi casa es una casa grande en la que cada vez de una manera u otra se va desocupando y haciendo mucho más grande. 

 Hoy supimos qué tanto espacio puede ocupar un perro en un lugar. Enzo se fue y con él un poquito de nosotros.