21.10.13

Enzo.

"Es problemático, distraído, torpe y mechudo. Básicamente lo mismo que yo si fuera un perro."


 A Enzo le faltaban varios dientes. Era de mal genio. Corría mucho, se volvió amargado de una forma amable, la que consiste en mantener a raya a los de la familia, pero lo suficientemente cerca como para que nadie lo note. Acá anda uno con el mal este de los sobrevivientes: hablando de los demás en pasado. Mis hermanos dicen que es algo que tenía que suceder, que es la manera en que funciona la vida.

 Un día después de que Katy muriera, un lunes, Enzo la buscó con algo de comida en la boca. Un tipo de ofrenda, algo qué darle a alguien que de una manera u otra sabía que estaba ausente. Hoy, lunes también, Tim busca en los lugares comunes restos de algo que sabe que hace falta. Busca con su nariz, pero también se fija en los distintos muebles, colchones, y prendas que tenía Enzo regadas por toda la casa, trofeos que fue adquiriendo con el paso del tiempo. Ropa vieja de la familia que le servía para ahuyentar el frío. Tim, tal vez, es menos astuto: busca en el olor a alguien sin volverlo a encontrar. Enzo, por su parte, mantenía en objetos cosas para encontrar a sus dueños. O, simplemente, para sabernos cerca. Sentirnos cerca. Tim todavía no entiende. Se quedó en la mitad de su entrenamiento. Sabe que el timbre de la puerta significa la llegada de alguien al hogar, pero ignora los demás ruidos de la calle. El motor de los carros, el pito de alguno de ellos. Enzo, sin dificultad, diferenciaba de entre todos los vehículos afuera los que son de acá, de esta casa. Tim todavía no entiende. Está muy pequeño para eso.
  No sé bien qué puede tener una mascota para poder decir que es buena. Un buen perro. Enzo definitivamente no sabía ningún truco, era desordenado, pero estuvo ahí constantemente. Era parte de la familia, otra de las familias que han vivido en mi casa. Era mi perro y eso me basta. Me mordió, me orinó la cama alguna vez, me robó la comida del plato una sola vez, para luego sentarse con nosotros a comer sabiendo que luego llegaría su turno. Pero nada de eso importa: me acompañaba siempre. A su manera nos protegía.

 Hace unas semanas se puso muy mal. Sobrevivió a un infarto, pero quedó bastante grave. No podía caminar. Se hinchó. Lloraba mucho. Tim, el que le buscó el juego sabiendo que jamás le correspondería, lo acompañaba en su marcha lenta y dolorosa. Lo miraba, lo mimaba. Tim lo cuidó, también, a su manera. Nosotros también lo hicimos. Durante muchos años. Doce. Muchas peleas con perros en la calle, con infecciones, con enfermedades. Con un infarto y su deficiencia cardiaca. Hoy ya no podía ni levantar la cabeza, creo que solamente nos escuchaba sin vernos. Tomamos una decisión que tal vez no nos correspondía. Nos despedimos de él agradeciendo lo que nos dio. Estuve a su lado mientras le daban la dosis que lo iba a dormir para siempre. Estuve con él consintiéndolo hasta que dejó de respirar, hasta que dejó de ser todo lo que era. Hasta que se fue.

 Desde hoy, Enzo, en esta casa, es un nombre que hará resonar las paredes sin ninguna respuesta. Sin uñas rayando el piso, sin ladridos, sin su cola que siempre nos saludaba. Desde hoy Enzo descansa luego de haber vivido mucho, haber vivido bien, haber sido un buen perro. Él también vivió lo suficiente como para ver dos generaciones formarse bajo el mismo techo, una característica que fue siempre de los de mis apellidos: morir de viejos. Enzo supo hacerse un lugar en esta familia.

 Mi casa. La casa donde vivo no es mía, pero llevo viviendo en ella toda mi vida. La casa es nuestra desde hace un poco de tiempo más, unos cincuenta años. Cuatro generaciones (contando a los sobrinos, que siempre van a ser muy pequeños para tenerlos en cuenta) han vivido acá. Mi casa es una casa grande en la que cada vez de una manera u otra se va desocupando y haciendo mucho más grande. 

 Hoy supimos qué tanto espacio puede ocupar un perro en un lugar. Enzo se fue y con él un poquito de nosotros.

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