20.12.11

Megadramas.

Lo que me gusta de la novela esta de Caracol, Primera Dama, es que su protagonista es una mujer calculadora y sin escrúpulos. Es decir, la villana clásica, la bruja de las manzanas. Y no solamente eso, varios de los personajes tienen su guardado. Es decir, no son unidimensionales: ni son muy buenos, rayando en la inocencia, ni claramente malos. Es más, la protagonista tiene algo muy bueno de lo que huye, que está representado un poco en su madre. Eso atrae. Se sale de los moldes. También la gente que miente porque espera estar junta sin tener que mantener un secreto por mucho tiempo. Pero no se siente como si estuvieran haciendo algo malo: despiertan una simpatía. Es muy raro ver que alguien “bonito” o “guapo” siga ceñido a eso que siempre se utiliza en la tele, es decir, que la ternura sea proporcional a la bondad de alguien. No. Y es bueno, claro, es bueno porque en algún momento habrá algo que hará que estos personajes se enfrenten a un dilema y reconozcan que sus actos y su forma de ser no es la apropiada, que llegue un arrepentimiento, una lucha, una reflexión. La moraleja no podría ser que el amor siempre triunfa, o tal vez sí, pero también otra cosa, algo de verdad importante, práctico. En todos los capítulos los televidentes aterrándose con como una mujer puede ser tan fría pero también apoyándola para luego verla darse el totazo. Ver como se levanta, o por lo menos lo intenta. Cambia eso de que los protagonistas son mártires y luego terminan la novela después de un recorrido lleno de dificultades dónde hay una recompensa. No. Y me gusta eso: en cualquier momento se van a caer, van a tropezar, se les va a romper el hilo por el que caminan sin cuidado.

Insisto en que es bueno que muestren personajes así. Durante mucho tiempo en la televisión se muestra más o menos que la apariencia de una mujer dice como es ella hasta en la cama. Y eso viene de hace rato, por ejemplo hay una mujer a la que veo constantemente y pienso que porque sus labios son pequeños, delgados, sus ojos claros y su cabello rubio va a amarlo a uno de una forma mejor, o que esa es la razón por la que el corazón se hincha de otra manera. Que, mejor dicho, se está a nada de amarla, que falta es el trámite del contacto y la palabra mediada. Que lo tiene todo, todo, para ser la mujer perfecta, alguien que no se sabe ni cómo se llama. Esta mujer, claro, tiene su novio, personaje importante en la empresa. Es alto, tiene mirada y mañas de tipo excluyente, es de esos que uno puede decir nacieron en cuna de oro. A veces cuando parpadea lo hace exageradamente, cerrando los ojos de una forma brusca y abriendo un poco la boca, estirando toda la piel de la cara. No se ríe mucho, habla en la mayoría del tiempo en imperativo, tiene canas y a las mujeres de aquí las tiene impresionadas porque es fácilmente el más alto del lugar. Mientras yo me pregunto qué hace la mujer de mis sueños con un pendejazo como ese, alguien me dice que el tipo es churrísimo y que es bien simpático, aun cuando se hace evidente su desprecio por la gente.

Pero todos vamos ahí cada uno con sus prejuicios y gustos hasta parecidos. Según lo que se ve en el apartado físico de cada uno la vieja es blanca nieves y el tipo “la clase de hombre que le gusta a todas, mira: alto, elegante, inteligente, con un buen puesto” y cosas así. Como siempre el idealismo de la princesa contra el pragmatismo del buen partido. Yo creo, y lo digo desde acá sentado sin sostenérselo a nadie, que esa manera déspota del tipo las mujeres la relacionan con algo de poder. No es el cargo que ostenta sino la fuerza que le da su forma de ser, el cómo se relaciona y trata a los demás. Esa manera de ser enloquece: denota fuerza, personalidad, poder, seguridad. Nunca en un comportamiento reprochable se vieron tantas cualidades juntas. Y eso llama la atención. Algunas compañeras no reparan en eso salvo cuando uno se los señala, a lo que dicen “pues sí, pero no importa”. A ellas no les importa que el tipo sea así, a nosotros que no le conozcamos la voz a ella, simplemente que existe y que es divina, un juicio que no depende sino de qué tan apretado tiene el pantalón.

Luego viene lo otro, la angustia porque se es gordo, algo que tiene solución mediante cirugías y cosas que reemplazan la fuerza de voluntad y el esfuerzo, pero que tienen un resultado casi inmediato. Así uno esté gordo por descuido o enfermedad y bajito como es y siendo lo guevón que es con los demás pues no le alcanza para nada, un personaje cómico, un actor de reparto, el extra con dos o tres líneas  de parlamento, el coraje no ya para desaparecer los kilos o subir unos centímetros sino para hacer menos evidente la desventaja, todo el mundo pendiente de eso, la gente con el filtro en la mirada y la imposibilidad de ser algo más en la cabeza de los demás. El “yo pensé que tu comías más” por la panza que uno tiene, o la presunción de que uno tiene que ser bien divertido o muy rabón. Ahí va el gordo, chao gordo, la fatiga que da todo y el cansancio que se le acumula a uno como polvo, la armadura esa que no es otra cosa que la costumbre por escuchar ese tipo de cosas hasta que sale en la telenovela alguien que pone en duda todos esos cimientos, que a lo mejor no todos estamos mal ni los demás tan perfectos, que blanca nieves era una vividora y el tipo que toda mujer quiere resulta ser un hijueputa, que uno a lo mejor es más que un enano gordo y narizón así no lo parezca y no le den nunca el beneficio de la duda, que estar bueno o no es simplemente un accidente y no eso que lo define a uno.

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