17.1.12

Ramona.

Lo primero que vi de ella fue una foto en facebook. Aparecía pequeñita e indefensa. Ahí está. Como suele suceder en esa página aparecían en la parte de abajo varios comentarios hablando de ella diciendo lo bonita que era, lo tierna que se veía, una serie de adulaciones que luego se volvieron una puja por su "paternidad". Yo entré en eso, pero no dejé huella. Simplemente llené unos formatos, me dieron una fecha y fui a la entrevista al sitio indicado y la hora señalada.

Obviamente no aparecí solo por allá. Mi falta de tacto fue compensada con la presencia de mi acompañante. Eso y otras cosas que ya se podrá imaginar. Luego de responder unas preguntas, dar unas declaraciones y, prácticamente, recitar un ensayo sobre la bondad de las mascotas pedimos que nos la dejaran ver. Se encontraba en la parte de atrás de la veterinaria, lo que antes pudo ser alguna bodega, con otros gatos. Una tenía la pata visiblemente afectada y no la podía mover, pero caminaba como la gente que toma el té con el meñique empinado, con esa descarada elegancia y sin tanto trauma. Estaban, además, unos gatitos de un mes o algo así que saltaban y se trepaban a maletas, muebles, o camillas mientras ignoraban que estaban confinados a un espacio cerrado. Eran muy inquietos, lo que les ayudaba a no aburrirse, a descubrir planos que no eran lógicos, caminos y juegos sin inventar.

La muchacha que nos atendió, con unas tetas solamente más pequeñas que su desconfianza, sacó de un lugar dónde estaba casi aislada por su propia voluntad a la gatita esta tan codiciada y, luego de dejar que la tuviéramos en nuestras manos, para conocerla, nos dijo que se llamaba Ceniza.

Apenas se acomodó con nosotros se quedó dormida, Respiraba pasito y clavaba las uñas en la ropa anidándose, diciendo cosas como podía. O era simplemente lo que nosotros queríamos entender. Ramona originalmente fue encontrada en un jardín de una casa cerca a la veterinaria. Era muy pequeña. Temblaba y miraba casi con odio todo a su alrededor. Luego de dejarla en la veterinaria se la pasó sola durante mucho tiempo, interactuando con los demás gatos lo estrictamente necesario. No era dueña de ningún lugar y, a lo último, solamente se le acercaban cuando hacía frío. Ella parecía permitirlo. Era dueña de un orgullo que parecía heredado, bastaba algo de tiempo para saber de quién.


Luego de dejarla en ese hogar momentáneo nos dijeron que había un gatito de 5 días de nacido el cuál estaban tratando que la madre de los otros tres lo pudiera adoptar, pero ella se mostraba apática. Luego de sostenerlo en la palma de mi mano (caliente, vivo, quejándose, renegando como podía de su mala suerte) salimos de allí con el corazón en muchos pedazos.

Veinte días después llegaron las buenas noticias: Ceniza nos sería dada en adopción. Había un problema: Ceniza no es nombre para un gato, menos para uno que tiene tantos colores. Por eso le cambiamos el nombre, que llegó casi por accidente: Ramona es verde, anaranjada, gris, blanca y tiene negro en dos de sus patas. Cuando llegamos por ella seguimos la farsa y le decíamos de esa manera tan ordinaria, luego nos sorprendimos porque, unos días después de nuestra primera visita, el gatito pequeño también estrenó familia y ya no se aferraba buscando calor en una manta sino una madre de verdad, una que nosotros sabemos no es suya pero para ellos es simplemente una formalidad a la que no pueden o quieren darle importancia.
Cuando conoció a sus nuevos hermanos se puso algo agresiva. Ellos, a su vez, no sabían como reaccionar. Un gato nuevo es un gato nuevo, habrán pensado, y mientras trataban de olerla y lamerla ella simplemente gruñía y se escondía en lugares dónde estaría segura. Pero siempre la seguían. No la dejaban en paz. Dos días después ella era quién daba la ordenes, quién peleaba torpemente y los perseguía para jugar o no quedarse sola. Ellos, a cambio, la acompañaban o la acicalaban mientras se acostumbraban a ser no dos sino tres. Obvio no saben contar, pero saben cuando alguien llega o alguien se va.

Fue por ahí, y gracias a ellos, que Ramona aprendió a ronronear. Ella, francamente, no sabía ni maullar. Sigue siendo la hora que cuando abre la boca le sale una "a" aguda y continua, pero ahora la acompaña de una "u" casi que silenciosa. Es un gato pero no lo sabe. Todas las cosas que venían en su sangre se le perdieron cuando quedó abandonada. Como sabía que era un bebé, pero no un gato, aprovechaba cualquier olor familiar para ponerse a chupar cosas, imaginando a su mamá. Cerraba los ojos y succionaba como si fuera una aspiradora. Acabó una cobija y dejó heridas de muerte a varios pantalones y un par de camisas. Luego de sentir el calor de sus hermanos no tuvo que imaginarse otras cosas. Ya no era necesario. Sigue descubriendo que es un gato y va aprendiendo de ellos, quienes se sorprendieron al ver que le tenían paciencia, algo que nadie nunca hubiera esperado. Sus maullidos son largos e insoportables; su ronroneo es brusco y exagerado, pero no la culpo, hasta ahora está practicando. Camina con tacones imaginarios en una danza que tiene ella con la gravedad y lo largo de sus extremidades. Cuando duerme parece un signo de interrogación: la cabeza tirada lejos del cuerpo, este enroscado deliberadamente mostrando las pecas que tiene en su barriga.

Ramona todavía está aprendiendo cosas. Entre las pendientes (que la más urgente es saber leer) también está crecer un poco. A ella se le olvida, pero hay que insistirle. De vez en cuando se estira  algo y parece menos niña. Otras veces simplemente se queda mirando.