19.6.18

Miedos.

Uno.

 El narrador del partido, con acento argentino, se refiere a este mundial como "atípico". Los grandes favoritos no han sobresalido. El peso histórico de algunas selecciones se ha visto relegada a otros aspectos menos al deportivo. Muchos de esos equipos pequeños, que han sorprendido, lo hacen con trabajo, dedicación. Dejan afuera de la cancha los complejos, los prejuicios, que los han acompañado siempre. No deja de ser curioso que justo en Rusia, donde la discriminación es casi que una norma, sea donde los que llegan con un estigma sean protagonistas. Así sea solamente por unos minutos.

 Colombia perdió con Japón en su primer partido. Argentina no pudo con una fuerte Islandia. Brasil, candidato por decreto en cualquier competición futbolística, empató con Suiza. Alemania perdió contra un admirable México. Las personas que han narrado estos encuentros en los diferentes canales de televisión se han sorprendido con todo esto. No es una noticia alegre, sin embargo: hay cierto temor a que cambie el orden de las cosas. Ya es temporada de la segunda ronda de partidos, y la incertidumbre reina. Es difícil para algunos mantener ciertas posturas a pesar de la evidencia. Ya se sabe que en el fútbol no hay nada escrito, pero la tendencia es siempre al regreso de la norma. Y, sin embargo, Senegal, que se ha clasificado por segunda vez a una Copa del Mundo, le gana dos a uno a Polonia.

Dos.
 Santiago Rocagliolo, en el último podcast de Radio Ambulante, relata el esfuerzo que hizo con su hijo para salirse de una de esas normas tácitas para los papás: que no fuera igual a él. Que no fuera el diferente del grupo, sea este el colegio, el trabajo, la sociedad. Que no sufriera las mismas presiones por parte de sus compañeros de colegio, simplemente por disfrutar de las cosas que, para un niño, no son habituales: peluches, amigas. Su color favorito, que en un momento de su infancia era el rosado. No especifica si sigue siendo el mismo. 

 Es una historia atípica porque los padres tienden a hacer de sus hijos una extensión de sí mismos. Cuenta que se aterró al notar sus mismos gustos, lo que en otro caso haría que un hombre se sintiera orgulloso. Lo llevó de la mano por los intereses comunes de los niños normales: el fútbol, montar en bicicleta, dibujar monstruos aterradores. Todo para que no se sintiera excluido por sus propios amigos. Para no repetir la historia. Su hijo, en medio de un interrogatorio, dijo que no le importaría si sus amigos lo llegaran a fastidiar. Que, dado el caso, los fastidiaría él a ellos. Rocagliolo piensa amargamente en voz alta sobre la máxima esa que, tal vez, si todos fueran diferentes, al final nadie lo sería. Se imagina la lucha de su hijo ante la falta de carácter de los otros, que exigen la uniformidad de pensamiento como sentido de pertenencia. Termina la historia con algo de esperanza: a lo mejor su hijo le heredó toda la fuerza que él nunca tuvo.


Tres.

 Juan Manuel sabe decir los colores en inglés. Le costó dividir las formas de nombrar esa característica según un idioma específico. Antes era rosa pink, azul blue. Ahora es yellow, o amarillo. Sabe combinar conceptos en frases más estructuradas: Juan mucho pequeño es su forma natural de decir que es chiquito. Sus niveles de comunicación crecen día a día. Sus juguetes favoritos son los muñecos de Peppa, un personaje de color rosado de un programa de televisión para niños que sufre, conscientemente o no, de un problema de dicción y comprensión del mundo. La familia consta de: Papá Pig, Mamá Pig, Peppa Pig, y George, su llorón hermano menor. Ellos viven en una casa de juguete. Esta casa es de plástico amarillo, con un techo rosado. Se puede abrir como si fuera un libro, aunque no contiene nada en su interior. Antes de dormir, Juan Manuel guarda a la familia Pig en el interior de la casa.

 El techo rosado de la casa de juguete de Peppa lleva a algunos a considerar las posibles tendencias de un niño de casi tres años, que simplemente acepta el color como una propiedad de una cosa, y no como la interpretación de algo más. Ante la amenaza del techo rosado de la casa de juguete llegan las promesas de otros elementos que reivindican un concepto que para Juan Manuel no está del todo claro: camionetas, súper héroes, y demás muñecos para varones. Ante las nuevas ofrendas solamente sonríe. A veces se pone a patear el balón de fútbol con Peppa en la mano. Otras veces, cuando sale a hacer visita a algún lado, se lleva a la familia Pig, completa, bajo su cuidado. Mientras algunos ven la amenaza del color rosado, al niño solamente le interesa que sus juguetes viajen acompañados.


Cuatro.

 Después de las elecciones considero hacer una declaración con mi estado de ánimo. Tiene que ver con el medicamento que tomo para controlar "la tristeza", que es como le explico a una compañera del trabajo el por qué de tal droga. La declaración es un chiste: la relación entre mi depresión y el estado del país, la promesa de no volver a saber de noticias y de la realidad desde el domingo pasado, todo lo que perjudica no solamente la cabeza, sino el corazón, una forma de ignorancia que quiero asumir para buscar algo, siquiera un poquito, de tranquilidad. Pero me abstengo. Muchas veces salir del clóset con una enfermedad mental es contraproducente: genera cierta incomodidad en las personas que deben tratar con uno.  

 En atención al público una colaboradora del hospital trata de ayudarme. Cuando menciono psiquiatra, psicólogo y medicamento en la misma oración deja de mirarme a los ojos y se enfoca en el monitor del computador que está justo debajo del mesón de la recepción, lo que me hace notar la desviación natural de su nariz, que tiende hacia el mismo lado que la mía. No debo dar muchas más explicaciones: agenda mis citas para dentro de un mes (ya que el próximo control fue aplazado a final de año, y no hay manera de hacer rendir las pepas que debo tomar a diario, y que me tienen gordo, con más sueño del habitual, que hacen un poco más manejable todo -menos lo de las elecciones, menos lo de la realidad del país, menos lo de mi trabajo: es, al final, un paliativo minúsculo pero necesario-), y las deja para el mismo día, con una diferencia de una hora entre psicología y psiquiatría. No sé si considerar eso como un gesto de amabilidad o de lástima. Al final le agradezco su amabilidad, pero confunde su mirada. Insiste en evitarme. Me desea que tenga un buen día. Ese es su trabajo.


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