Ya no es solamente la rigidez en la ingle sino también una sensación
ácida en el ojo derecho: se despiertan primero los males, y luego uno.
Así lo dijo el capi en Un Domingo Cualquiera: es mi cuerpo, ya no está
ahí. Uno se va volviendo, entonces, lo que el manojo de cosas que lo
contiene lo deja hacer. El espejo no me devuelve un análisis mejor del
que siento, porque veo los párpados inflamados y la cara borrosa. La
esclerótica algo roja, brillante, rebosando de un líquido que no es
normal. Recuerdo las películas esas donde hay ojos en tubos de ensayo
suspendidos por algún menjurje, aunque esos son mucho más blancos. Y en
esas películas por lo general los iris son claritos, no como los míos,
que son puros café.
El baño con agua tibia amaina los males,
aunque persiste esa incomodidad visible en el borde derecho. No tengo todo
el campo de visión, siento un bulto en la mirada. Es difícil de
explicar. Hay un obstáculo que no me deja ver todo claramente, entonces
escojo no ir al trabajo en la bicicleta. Ahí es donde recuerdo que la
semana pasada estuve pensando en comprar gafas, porque hay mucho polvo
en la ciudad, y me molesta los ojos andar en cicla, sobre todo por la
tarde. No sé si es porque el gris de la atmósfera se da por polución o
algo así, pero el ojo me hace pensar eso. Me voy, entonces, en
transmilenio. Alcanzo a ir sentado. Iba a leer, pero imagino (más que
nada es eso, el malestar de toda la región próxima al verdadero
problema) un ardor en medio rostro. Cierro los ojos. Siento el sol en la
ventana, y al rapero de turno, que nos acompaña un par de estaciones.
Luego al que vende dulces. Luego otro más, aunque no los miro. Realmente
no miro nada. Una sensación húmeda me cruza la mejilla derecha. La
solitaria lágrima avanza mezclando temperaturas en la piel. Comienzo a
pensar en los destinos fatales, en si cualquier cosa minúscula que lo saque a uno de la normalidad puede tener consecuencias desastrosas, porque uno
es así con estos dramas chiquitos: que si pierdo la vista, que si se me
cae el ojo, que mejor un parche a lo Big Boss que un ojo de vidrio.
Pienso en todo eso y maldigo el no tener barba, el accesorio ese que le
hace a uno lucir diferente. Eso refuerza la opción del parche. Eso le
pasa a uno por tener una cara simplona.
Cuando llego a la
oficina confirmo que el saludo que recibo va más dirigido a la hinchazón
que a mí. No es mucha, pero se nota. Tengo una sensación muy rara en el
ojo. Parecido a una inundación, pero no de agua sino de algo más denso.
Voy al baño a revisar bien, y me doy cuenta de que hay un punto
amarillo en el borde del párpado, y es de ahí donde nacen todos los
problemas. Una protuberancia chiquitica que tiene unos efectos
tremendos. Pues, la tragedia que me imagino, si bien es exagerada, está
fundamentada en algo. Hace años no me sale un orzuelo. En contraste,
encuentro muchas más arrugas en el ojo. El tic ese de los párpados que
no recuerdo cómo se llama. Veo unas bolitas amarillas flotando. Imagino
llorar, pero la acidez, por extraño que suene, no me deja. Salgo del
baño con el dictamen, y comienzo a preguntar por algún remedio casero.
El primero que me dan es ponerme una rodaja de tomate en el área, pero
que no lo deje avanzar. No sé cómo putas no dejarlo avanzar. Lo único
que se me ocurrió fue una limpieza con cuidado y mantener el ojo cerrado
para evitar más impurezas. Que el tomate me hace salir el punto, que me
lo quita.
Pienso en ir a un centro médico, pero la opción
desaparece al evaluar dos cosas. La primera es que voy a perder mucho,
pero mucho tiempo en eso. Voy a encontrar personas muy enfermas, y otras
que van a extender un día más la jornada de descanso utilizando alguna
dolencia como excusa. La segunda es que, pues, ya he sufrido de esto. Es
incómodo, pero nada fuera de lo normal. Lo siguiente que pienso es en
la inutilidad del espejo del baño de mi casa, de como siempre el lado
derecho de mi rostro queda a oscuras, y no hay una evaluación real de mi
aspecto: todos los espejos tienen buena iluminación desde la izquierda.
Me quedo con eso, con que vivo a media penumbra. Luego llega el segundo
remedio casero: baños con agua tibia, y nada de aplicarse hielo. Lo del
hielo no se me había ocurrido.
Rumbo al almuerzo me cuentan otra
posible solución: comer pan francés en un baño. No hay otras
especificaciones, por ejemplo, si el baño debe estar limpio, o si debo
comer pan solo, o con alguien. Imagino que eso depende mucho de las
limitantes que uno se pueda imponer. Voy con dos compañeras a un
restaurante de esos nuevos en el centro de Bogotá (esa es una frase que
uso mucho: el centro de Bogotá). El restaurante tiene la pinta de esos
nuevos negocios que combinan lo rústico con lo moderno y lo minimalista.
Tiene tantos estilos en su ambientación que no hay nada que lo defina
realmente. Nos atiende una mesera mona, de baja estatura, con una cara
afilada y ojeras mal escondidas debajo de una capa de maquillaje, con
facciones delgadas y delicadas, un tono de piel color canela. En otras
palabras, es bonita. La comida llega en platos grandes, de colores, con
una muy buena presentación, todo discriminado, sin que ninguno de los
componentes se toque directamente. El restaurante está lleno por
ejecutivos de la zona, en su mayoría mujeres, y de estas, una gran parte
son señoras muy pinchadas. Tienen esos rasgos físicos que se acentúan
en la cara, acompañado todo por la respectiva vestimenta, y las maneras
de hablar, todas tan expresivas y una exagerada vocalización de las
palabras que vienen de otro idioma. Los tres que estamos en la mesa nos
dedicamos a comer, y a hablar de lo de siempre, vainas del trabajo. Se
me ocurre proponer otro tema, pero la insinuación del pan francés en el
baño dura dos o tres carcajadas solamente. Sigo mirando alrededor y me
doy cuenta de la abrumadora minoría a la que pertenezco, apenas cinco
hombres en el lugar. De resto solo señoras. Y las meseras. La bonita y
la tetona. Iba a volver por ellas, más que nada por la bonita, pero la
comida está rica, lo que se define entonces como la verdadera razón para
repetir en el restaurante. Le comparto esta apreciación a mis
compañeras, que luego hacen una cara de reproche. O de celos. El orzuelo
no me deja ver.
En el baño de la oficina me doy cuenta que la
nueva incomodidad se da por una telaraña de pus que se entrelaza en las
pestañas. Me limpio de nuevo, mientras el párpado sigue latiendo
incómodamente. No recuerdo si eso es un nistagmo o una mioquimia.
Prometo buscar en internet cuando acabe, aunque el párpado está
ligeramente menos hinchado, y el punto ya casi no existe. He estado
disparando materia a lo largo del día, lo que me hace sentir un poco
incómodo conmigo mismo. He estado viendo cosas a través de una secreción
discreta, lo que puede haber influenciado en algo la valoración
del mundo desde que me desperté.
Camino a casa pienso en cuál
de los tratamientos utilizar. El tomate frío, el tomate normal, el pan
francés, los paños de agua tibia, el champú Johnson para bebés, una
crema de un nombre complicado, una bolsita de te. Cuando abro la puerta
Tim me saluda como siempre, pero noto en su cara algo muy raro. Tiene un
ojo encogido. El derecho. Lo consiento, abro su ojo con mucho cuidado, y
él se deja. Es como verme en el espejo que no hay en mi casa: está todo
lagrimoso e irritado. Tomo un pañito húmedo y limpio alrededor todo con
mucha cautela, mientras le digo que no se preocupe. Él se deja. Cuando
son esas cosas, él se deja. Lo miro mientras le hablo. Con un pañuelo
húmedo en agua tibia acabo de hacer su curación. Se queda quieto, y bate
la cola. Si él pudiera, habría hecho lo mismo.
Tribulations.
-
*Some boys hate themselves*
*Spend their lives resenting their fathers*
*Some girls hate their bodies*
*Stand in the mirror and wait for the feedback *
El ...
Hace 4 años
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