En Magnolia hay una escena donde el enfermero de un señor llamado Earl busca a su hijo perdido. Me gusta la escena porque habla un poquito de ese tema de querer atar cabos, también de lo que pasa en las películas. Al final, el enfermero dice que esa es la escena de la película en la que lo ayudan. Las películas son así, y no sólo ellas, algunas otras obras que tengan una narrativa muestran también esa acción, generalmente de querer buscar algún tipo de redención. O no tanto eso, más bien el tratar de cerrar alguna herida, esa superación que significa que uno debe hacer o tiene que hacer algo para que eso de por allá del pasado no lo siga mordiendo, no lo siga consumiendo algo por dentro que, así no se note, sigue ahí. Pero bueno, eso pasa en las películas.
Hay otras cosas que no. Me gusta, o me gustaba, o ya no sé, tratar de ver en las cosas alguna particularidad, analizarla, interpretarla, hacerla mía. Como esa vez que escribí sobre mi abuelito que "dejó el trago porque le dio la puta gana", esas cosas que me sorprendían porque las hizo, las hace, alguien cercano, algo en el que yo no soy un espectador de una cosa hecha para ser contada, sino que estoy en el contexto, una especie de testigo y puedo admirar. Recuerdo a mi abuelo borracho, los escándalos, los problemas, pero eso solamente sirve para dar cuenta de su transformación, de que detrás de eso había alguien con una fuerza tal que fue capaz de superar ese obstáculo y ser luego esa otra persona que admiré por su entereza, por su determinación. No que fuera perfecto, pero sí que hacía cosas por su bienestar, por el de la familia. Ve, me acordé de esa escena en la que Gustavo le dice a Walter que un hombre provee a su familia, así no lo quieran, porque tener hijos significa tener una responsabilidad, significa tener una familia. Pero bueno, es otro caso en el que la ficción habla.
No tengo hijos. Una vez casi tuve uno, otras veces quise, y otras veces no quiero. Por lo general digo que mi perro es mi hijo, así a alguien en el trabajo le de risa porque los hijos son otra cosa. Pero bueno, cuando Tim se enferma lo llevo al médico, trato de tenerlo contento, salgo con él, jugamos, lo consiento, le compro cosas. Por ejemplo su cama, uno no es persona si no tiene una cama, y Tim tiene una cama, lo que lo hace de cierta manera una persona, o si eso ya no es de su agrado entonces no tanto eso, sino familia. Mis sobrinos también, de una manera, son hijos. Los quiero, los cuido, los regaño, les enseño, estoy pendiente de ellos. Quiero que sean lo mejor que pueden ser, que no hereden ciertas características malas que tenemos los mayores.
Cuando pienso en familia no sé si la mía llegue a ser una de verdad, más que nada por las interacciones que hay entre unos y otros. Por la locura en el ambiente, en cada cosa. Por la casa que revela bien la edad que tenemos, ya que hemos vivido allí desde que me acuerdo; que mi vida, en cierto sentido, es desde donde me acuerdo hasta ahorita, ya, el día de hoy. Y en mi vida hay solo algunas cosas que siempre han permanecido allí: mi mamá, mis hermanos, mis tíos, mis abuelos. Mis mascotas. La casa. Todo hace parte del término, todo se alimenta entre sí: vivo en la casa en la que vivieron mis abuelos, en la que mis tíos fueron jóvenes, tal vez más jóvenes que yo en este momento. También en esa misma casa vivió mi papá. Mi papá se murió el martes. Dicen que lo desconectaron. No sabemos más.
Cuando estaba en la escuela mi mamá nos decía, casi todos los días, que si llegaban a preguntar dijéramos que él había muerto en Armero. Casi nadie preguntaba, aunque la norma fuera que la familia eran el papá, la mamá, los hijos. Es más, ahorita, a Óscar, mi jefe, le parecía que mi papá estaba muerto porque nunca hablaba de él. Cuando uno no habla de la gente, es porque está muerta. O eso debe ser. Por eso yo hablo tanto de mi abuelito, porque en el fondo sigue vivo.
El martes fue un día muy raro. Fue de las pocas veces en las que pude ahondar en eso que se guardan mis hermanos. El menor dice que le da pesar saber que haya muerto solo, alejado de los demás. Aunque fue él quien nos alejó y nunca hizo nada por remediarlo. Sí, como hacen en las películas. Uno de mis hermanos mayores dijo con justa razón que ya habíamos enterrado a mi papá cuando murió mi abuelo, y que igual tenemos todavía hartos papás: uno que otro tío, mi mamá, y en mi caso mi hermano mayor, así me saque la piedra. De él se sabe bien, a veces, cómo va a reaccionar, pero no lo que piensa. Ninguno de los cuatro quiso meterse más en el tema. Ya sabemos que, en todo caso, no fue en Armero, sino en una clínica, y no fue hace años sino ahorita, esta semana.
No sé si está bien no sentir nada. Si soy un monstruo por no tener un sentimiento asociado a todo eso. Paula me regañó por no tener siquiera rabia, y Liliana se quedó mirando, extrañada, sintiendo el vacío que soy yo con todo esto. Mi familia siempre ha sido muy creyente de tantas cosas. Por ejemplo, si a uno le llega un aroma a flores es que alguien se va a morir; si alguien se suena con un matrimonio, es que se va a morir; que si uno ve una libélula de no sé qué color, es que alguien se va a morir. Pero no todos los agüeros son tan malos: tener un sueño con ratas es que a uno lo van a robar.
También está eso de que los muertos recogen sus pasos. Ser testigo de esos fenómenos que seguro tienen una explicación, pero que igual lo dejan a uno con la duda. Cuando niño vi figuras, sentí puertas o ventanas abrirse, o que apagaban la luz; la llamada esa extraña preguntando a mi abuelita justo el día que se murió. El martes, casi a la hora en la que dijeron que lo desconectaron, mi sobrino, el pequeño, estaba en el cuarto, viendo televisión. En un momento bajó, preocupado. Dijo que sintió a alguien en el segundo piso, pero que fue a mirar y que no había nadie. Que había sentido una sombra en el pasillo, que alguien lo estaba mirando. Tocó actualizarlo en este tema, en que la gente cuando se muere se despide. Que en ese cuarto donde estaba viendo televisión dormía él con mi mamá, cuando todo era diferente, cuando yo no me acuerdo. No quiso volver a subir, se quedó dormido con el primo, viendo televisión.
Yo no sé ni por qué cuento todo esto. Solo sé que a mí ni siquiera me ha asustado.
2 comentarios:
Me alegró mucho leerte.
Ánimo. O no.
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