"Por lo menos no le hicieron nada". Eso me lo dijeron el miércoles. El miércoles me robaron un celular, el que usaba para entrar a internet. El que, en la firma del correo, anunciaba cada email con una esperanza pequeñita justo al final: Enviado desde mi celular, ojalá no me lo roben. Pero me lo robaron. Me lo raparon bajando de un bus. Hoy, en cambio, las palabras no fueron de aliento: "¿Pero a usted qué le está pasando? ¿le estarán haciendo brujería?". No sé.
No sé.
En uno de esos correos cadena que circulan por internet se establece la causa de tanta balacera en los colegios de Estados Unidos y similares. Es muy sencillo. La razón por la que eso ahora es una plaga tiene que ver con que hayan expulsado a dios de los centros educativos. En la biblia dice eso de que no matarás, no robarás, no sé qué otras cosas, las prohibiciones que llaman mandamientos, y que de alguna manera es un lineamiento muy bueno y con algo de sentido común. No todo, claro. No robarás, dice uno de esos. No robarás. Seguro el hijueputa que me robó lo sabe, pero igual lo hizo. Seguro el otro hijueputa que hoy se llevó mi otro celular y buena parte de mi sueldo también lo sabe, pero también conoce que educarse con ese tipo de cosas no es que formen un criterio sano ni que sirva de impedimento a la hora de hacerlo.
Hace un rato, por ahí, hablaba de eso que muchos hablan, que las cosas buenas le pasan a las personas malas. Con los acontecimientos de esta semana puedo decir que estoy haciendo un diplomado (el primero, el único) en ser un tipo bueno, tal vez hasta muy bueno.
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Hace muchos años, cuando era niño, una vez, mirando en un canal peruano un torneo de fútbol en el que jugaban chicos de mi edad, a la parte esta de Colombia le dio por temblar. La casa se sacudió lo suficiente como para hacerme pensar que se iba a derrumbar mientras estaba dentro, que me iba a morir un día por la mañana acompañado de mi hermano mientras hacíamos oficio. La lámpara que adornaba el techo de la escalera se balanceó como si un fuerte ventarrón se hubiera colado desde una ventana imaginaria, y los marcos de la puerta chirreaban y soltaban óxido en los instantes que duró el evento. Alcanzamos a llegar a la calle solo para ver que los edificios seguían en pie luego del estremecimiento. Mi abuelo prendía el radio de su Buick para informarnos a todos de la magnitud del sismo, lo que demoró un buen rato que sirvió para callar el nerviosismo con risas y chistes pesados que dos niños como nosotros no deberíamos entender.
Luego de esa mañana muchas cosas cambiaron. Aprendimos a no conjurar el fatídico canal a la hora del temblor pensando que todo había sido solamente un ensayo y que, dadas las condiciones, se repetiría todo pero a mayor escala. Era un tanto inocente pensar que tener el control remoto en la mano, era suficiente para salvar el hogar, tal vez el país, de una catástrofe similar: nunca, luego de ese momento, volvimos a sintonizar el canal doce, Panamericana TV, a las once de la mañana.
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Voy caminando luego de hacer algunas vueltas, y se me acerca alguien
con un fierro en la mano mientras me toma del brazo. A mi izquierda los
buses de transmilenio, y aun algunos transeúntes, enfocan la vista en
algo más, algo diferente, para pensar que nada de lo que está sucediendo
es real, o importante. Ante la amenaza callada, silenciosa del arma,
uno se rinde de esa manera cobarde que raya en la humillación, el
dejarse sin fuerzas y tal vez incrédulo por la mala suerte que puede
reunir una persona en tan pocos días: el miércoles me robaron, pensé
decirle, ¿qué no lo notificaron?
Luego de un cateo breve toman mi
celular, que asumía su rol primario luego de mucho tiempo en que estuvo
opacado por un aparato nuevo, y es lo primero que se desaparece en una
chaqueta amplia, que parece hecha de solo bolsillos. Luego el dinero,
ese que a veces pierdo o derrocho pero que esta oportunidad no va a ser
así. Quise ofrecer resistencia, pero nada garantizaría que el arma
estuviera cargada, así fuera con una sola bala, y entonces la cuestión del
dinero o la vida se hiciera real salvo un pequeño detalle, porque igual
luego de tan solo un disparo se podrían llevar ambas cosas. Eso, en ningún momento, fue para la víctima una elección.
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No ha sido una buena semana. Falta mucho para que termine. Pareciera que por cada decisión que voy teniendo sobre el camino hay algo dispuesto a recordar mi equivocación, a juzgarme y condenarme por eso. Sería bueno hablar de aquello del signo, o porque soy tal animal en un horóscopo cuando la realidad es que sí soy yo un verdadero animal para algunas cosas, algunas causas. Cuando se me alborota el pesimismo me da por pensar que, bueno, este tipo de cosas son el merecido por algo que ya ha sucedido en el pasado. Cuando se me alborota el pesimismo no hago sino pensar en lo que falta para cuadrar caja. Que, según el libro o la película de dónde quiera sacar la cita, el pasado ya haya terminado con uno. A veces me da mal genio pero luego cierro los ojos, aguanto un poco, y comienzo a asumir el ritmo de las cosas dando por sentado que este periodo puede ser bastante largo. Que puede traer más cosas que siguen pasando por casualidad o causalidad, igual ya no importa. A estas alturas, con todo lo que ha pasado, ya todo esto es así, como me gusta decirlo, ya nada es extraño, es apenas normal.